«Vida perdida», primera entrega de las «Memorias» de Ernesto Cardenal, gira en torno al acontecimiento decisivo de un mediodía de sábado de 1956, cuando el poeta nicaragüense se rindió definitivamente a Dios, que lo había «perseguido» durante mucho tiempo: «Ahora debía contarlo todo al escribir memorias; o no habría tenido sentido escribir memorias. Para mí lo importante era todo lo que me llevó a este encuentro, y todo lo ocurrido después a consecuencia de él». Este «gran amor» determinó su entrada como novicio en el monasterio trapense de Gethsemani bajo la guía espiritual de Thomas Merton.