Si la diversidad de planos en que se desarrolla la novela nos remite a la imagen del confuso caos de una memoria atormentada, la unidad estilística de la narración nos pone ante un hecho estético evidente: el conjunto de la obra va ensamblando su propia coherencia, episodio tras episodio, bajo la noción de una compleja estructura cinematográfica. No en vano el autor a lo largo de los años ha desplegado una labor apasionada y afirmativa en el campo de la crítica cinematográfica. Así no es raro que en la novela surjan como sombras, de entre sombras, los personajes y los mitos cinematográficos. La alteridad entre lo real y lo imaginario que se da en los saltos súbitos y frecuentes es lo que conduce inexorablemente al lector a aferrarse al libro hasta la última página, no sin cierta angustia. Duque López con "El pez en el espejo" ha sabido tocar una fibra sensible de nuestra curiosidad. Podríamos decir que la eficacia de la escritura de Alberto Duque no radica en su capacidad para crear un retrato preciso, realista, sujeto a los principios clásicos de composición literaria, a los juegos de luz y de sombra, de perspectiva: no, aquí se trata más bien de una larga serie de esbozos que van definiendo con premura los diferentes rasgos de las diferentes realidades en que se disuelven y se suceden los personajes, siempre en el limite mismo del suceso central: el asesinato de las tres mujeres.