Resumen | Con El libro de los oficios de antaño rescata el alma del pasado al evocar los trabajos comunes en la vida de los pueblos, labores silenciosas y cotidianas que plasmaron el folclor nacional en largas épocas de quietud y ensoñación. Quienes venimos de aquellos tiempos lejanos, desdibujados hoy por el cambio de costumbres, no podemos olvidar a personajes elementales como el boticario, el carpintero, el peluquero, el fotógrafo, el sacamuelas, el voceador de periódicos, el estafeta de correos o la costurera doméstica, ni pasar por alto ambientes pintorescos como el de las pesebreras, los gitanos y los culebreros, amén del licencioso de las chicherías y los sitios de encuentros furtivos.
Acaso queden todavía, en algunas aldeas y pueblos, rezagos de tales rutinas, pero los oficios de ayer no son los mismos de hoy. El país era otro: había aptitud para la simplicidad y tiempo moroso para la delectación. En las pulidas páginas de recordación del escritor tolimense se hace admirable su capacidad descriptiva para dibujar, con geniales toques poéticos y sentimentales –cual otro Euclides Jaramillo Arango–, más de cincuenta ocupaciones básicas dentro del discurrir pueblerino, sin las cuales serían inconcebibles la vida comunitaria y el bienestar hogareño.
Este delicioso relato de los oficios de antaño se vuelve una memoria auténtica del ayer legendario, y de paso recupera los cuadros de costumbres vividos en su niñez y juventud, género literario desfigurado por las amnesias del tiempo y que Eduardo Santa revive con enorme poder narrativo. |