mi madre contaba que una vez, después de jugar con mis amiguitos del barrio, volví a casa embarrado de pies a cabeza. que no me retó, porque me vio abstraído por algo que me preocupaba. yo examinaba mi mano como si fuera algo digno de estudio, y al final llegué a una conclusión fatalista: qué sucia es la mano humana. por sus risas, y las que reiteraron los invitados a la casa cuando ella les contaba la historia, fui aprendiendo algo que siempre me costó entender: que yo no era el centro del universo. con estos cuentos, siento que el mundo se me redujo otra vez. que volvió a ser tan pequeño como el de mi infancia. que mi mano es otra vez la mano humana. y que busca amparo y compañía en otras manos, tan ínfimas como la que yo tenía y vuelvo a tener, idénticas en su candidez e inocencia.