Para ser hablantes reflexivos y respetuosos no basta con conocer una lengua. Hay que saber además cuándo hablar y cuándo callar; cómo tomar (y dejar) la palabra; qué elementos verbales y no verbales favorecen una escucha activa; cómo adecuar nuestros usos lingüísticos al contexto en que nos desenvolvemos y a nuestra intención comunicativa; cómo salir al paso de incomprensiones y malentendidos. Ser hablantes reflexivos y respetuosos implica, también y sobre todo, ser sensibles a los usos discriminatorios del lenguaje y los abusos de poder a través de la palabra.