El agua es agua y las neblinas son neblinas. Se toca tierra y todo se pone difícil.
Se arrima uno apenas un poco a los seres humanos y empieza a enredarse todo».
Parejas avasalladas por la pasión pero que no soportan vivir juntas. Maridos que huyen para mimetizarse con su jardín. Muertos a los que no dejan ir o no quieren irse. Gemelos enamorados de la misma mujer. Difuntas que a punta de ser mosquitas muertas terminan mandando al marido directo al suicidio. Un esposo y un amante que son cordiales entre sí a fuerza de costumbre. Ahogados, casi ahogados y matrimonios sepultados por una casa. Una represa que cuando pierde agua deja al descubierto un antiguo pueblo ya enterrado, y que sirve como leitmotiv a todo el conjunto.
El extraordinario abanico de personajes de estos relatos —sobrecogedores y contundentes, pero también irónicos y cargados de humor— es una buena muestra de la infinidad de matices que Tomás González logra retratar cuando se asoma al abismo de la existencia, en donde la naturaleza, con sus destellos de gozo y sus pesares, es tan enrevesada como la vida