la poeta se embarca en varios viajes, algunos reales, otros inmóviles y otros, incluso, soñados. como compañía, los ángeles de rilke. construye ciudades dentro de casa para alimentar estos viajes. de todos ellos, incluso de los soñados, rescata recuerdos (un pequeño cenicero, por ejemplo). es de estos recuerdos mínimos —que solemos olvidar en algún cajón o en el fondo de un baúl, entre «las medias que prefieren no vivir con su par» o que adornan la puerta de una nevera— que se alimenta la mayoría de estos poemas heridos de belleza.