Esta obra fundamental del legado de Bourdieu es una reflexión necesaria y a la vez polémica sobre el rol de los intelectuales y las leyes que regulan el conocimiento teórico y, además, advierte sobre los riesgos de una de las presunciones más habituales entre los científicos sociales: la idea de que los principios que utilizan para analizar sus objetos de estudio no rigen para ellos.